Antigua Roma > Costumbres y leyes romanas > Ley suntuaria de los romanos, y otras curiosidades

La cual ley es recogida por la “Sumptuariae Cibaria, Luxuria y Opia” que como su mismo nombre indica, es una recopilación de normas a fin de limitar a los ciudadanos romanos, la ostentación de sus riquezas públicamente, que aun no ser una perentoria obligación, si estaba mal visto el lucimiento de estas.
.. «Es una recopilación de normas a fin de limitar a los ciudadanos romanos, la ostentación de sus riquezas públicamente» …
No se impedía el ser rico ni la posesión privada de cualquier forma de riqueza, o la tenencia de joyas, pero si el lucimiento de las mismas, ni pasearse por la ciudad en palanquín, o bien la celebración de una boda o un banquete con todo el boato posible, en definitiva se quería limitar cualquier lucimiento extraordinario, por lo que tales normas se convirtieron en una costumbre que fue bien acogida por las personas sensatas.
La ley Suntuaria y los entierros
Otra de las curiosidades romanas se reflejaba en las entierros, en donde no se permitía mostrar el luto de los familiares del difunto por medio de lloros o cualquier gesto melodramático, por lo que se permitía el alquiler de plañideras que hacían las veces de exteriorización familiar de su profunda pena por el óbito al que estaban asistiendo, siendo dichas mujeres profesionales en esta clase de servicios, convirtiéndose en una costumbre muy arraigada, resultando ser este tipo de eventos un ceremonial de amplios rituales curiosos; como por ejemplo el tránsito del difunto al otro mundo, donde entraba en juego el mítico dios Caronte o Carón, hijo de Eseb y Nix, de origen etrusco, habitante del inframundo, era un barquero representado por un viejo de barba gris hinsurta, o como un demonio alado de cuya larga cabellera surgían enredadas serpientes, vestido de harapos raídos y viejos, sosteniendo en una de sus manos una maza, de un mal carácter tiránico.
En definitiva era el encargado de traspasar a los muertos por el río Aqueronte por el lago Hades, a fin de ser juzgados los difuntos, tras lo cual los perversos eran arrojados al abismo, y los virtuosos alcanzaban el Elisis (Campos Elíseos) para disfrutar eternamente del paraíso. Para lo cual en los funerales romanos a sus fallecidos los proveían de una moneda llamada óbolo, depositada bajo la lengua, ya que sino corrían el peligro de que Caronte les hiciera remar hasta su destino o los arrojara al inframundo.
También se tomó la costumbre en la contratación de actores, con el propósito de escenificar actos cómicos en recuerdo de los realizados por el propio difunto en vida. Tampoco se permitía el entierro en el interior de la ciudad, siendo necesario sepultarlo a las afueras de la misma, evitando así la mala higiene que ello suponía.