Antigua Roma > Costumbres y leyes romanas > El oficio más antiguo del mundo

Oficios antiguos, hay muchos, pero no tan populares a través de los siglos como lo es la prostitución o la sexualidad. El pueblo romano tenía su representación erótico-sexual en la figura del dios Priapo, originario de Asia Menor y adoptado por los romanos, el cual se representaba bajo la figura de un hombre contrahecho pero con un galo desmesurado y erecto, representaba en primer lugar la procreación y todo hacia referencia a la sexualidad.
Priapo se colocaba preferentemente en el jardín de las domus de los personajes importantes, por la creencia de que ahuyentaba a los ladrones, espantaba a los pájaros protegía del mal de ojo, a la vez que evitaba la envidia y los celos, así que felizmente serbia para casi todos los males de la casa.
Aunque el oficio de la prostitución no estaba bien visto por los romanos, si era tolerado sin ningún problema
Aunque el oficio de la prostitución no estaba bien visto por los romanos, si era tolerado sin ningún problema, pero como buena civilización misógina, a las mujeres no se las veía con buenos ojos en este oficio, prodigándose con más frecuencia en los barrios bajos de las ciudades.
Las prostitutas según la reglamentación estatal, debían diferenciarse del resto de las mujeres cuando salían por la calle; a saber: debían teñirse el pelo de color rubio en un principio, ya que la diosa Venus del amor era rubia, no obstante tras las conquistas de Roma en la Galia y Germania, al ser rubias las esclavas allí capturas, las meretrices tuvieron que teñirse el cabello de pelirrojo, el vestuario de estas profesionales, consistía en una túnica fina, con toga pulla de lino procedente de la isla de Cos (Coae vestes) resaltando así su figura, impidiendo ser confundidas con mujeres normales que circulaban por las calles.
Jurídicamente no obstante estaba reglamentada la prostitución sobre unas 50 variantes en los textos jurídicos, siendo practicada tanto por hombres como por mujeres, siendo obligatorio quien pretendían la práctica de este oficio, la necesidad de inscribirse como meretrices en las listas oficiales de censos.
Tal y como ocurre en la actualidad, ya existían grafitos, como aun puede verse en la ciudad de Pompeya, plasmados en representaciones de escenas eróticas e incluso pornográficas, a fin de orientar al posible cliente, sobre las especialidades que ofrecían las meretrices a modo de información de lo que podían encontrar, en la misma Roma además dichos grafitos anunciaban otras sexualidades muy variadas. Ya citaba el jurista Ulpiano declarando “Meretrix: ex corpore lucrum faciebat” (Meretriz es la que se enriquece con su cuerpo, no se sabe quien la llamó “puta” a una tal Lucilla en la basílica forense, probablemente sería un abogado.
Otros tipos de anuncios sexuales se podían ver en Roma dando a conocer citas sexuales, por ejemplo: “pregunta por Novellia Primigenia”, por el ya citado Ulpiano, o bien inscripciones alusivas a la prostitución como “Lucius Calidius Eróticus” donde hace referencia al programa erótico que acompañaban a un banquete, igualmente podía publicitarse un lugar determinado para el ejercicio sexual donde se indicaba la existencia de una “Capona” o mansión, semejante al hotel de hoy día junto a una carretera.
Al igual que en la actualidad existían múltiples lugares donde alquilar habitaciones para los viajeros en tránsito a una gran ciudad, donde el comercio sexual era muy variado. Según los lugares donde las prostitutas se instalaban para sus trabajo, eran por ejemplo: Ambulatrices significaba que ofrecían su mercancía de forma variada en sitios dispares, Circulatrices cuando circulaban por las calles, Fornicatrices, bajo los puentes o Bustuariae en los cementerios entre las tumbas, ya en los niveles más bajos de la prostitución.
Las rameras se publicitaban muchas de ellas utilizando nombres como Rufa, Rufilla o Rufilia por derivación hacia el color rojo e incluso nombres griegos exóticos. No es tampoco extraño que personajes tan depravados como el emperador Calígula instalase un burdel en su propio palacio, adecuándolo a la “dignidad imperial”, a fin de ser utilizado por jóvenes y meretrices de cierta categoría económica, cuyos ingresos por estas prácticas pasaban a engordar las arcas del estado. Incluso Suetorio escribió un libro titulado “Vida de prostitutas famosas” el cual no ha llegado hasta nosotros.
Por otra parte son ya célebres las aventuras sexuales de Mesalina, la esposa de Claudio, según parece se prostituía en el elegante barrio de Subura, le llamaban “La Loba”, que bajo el seudónimo de Lycisca se escapaba del palacio junto con su esclava, desafiando a las meretrices en el acto sexual, llegando a competir con una tal Escisa la cual capituló ante el inagotable furor uterino de Mesalina, hasta que el senador Cayo Silio la denunció, presentándose ante su esposo Claudio en petición de perdón, a punto estuvo de conseguirlo, aunque los mismos libertos del emperador la ejecutan, no sin antes invitarla al suicidio, pero faltándole el valor, es ajusticiada, dicho triste pasaje fue relatado por Tácito.
En cuanto al matrimonio, según cuenta Quintiliano, existían dos clases de culpas en el adulterio de cualquiera de los dos esposos, eran calificados de stuprum, pero cuando se trataba de la relación del esposo con la mujer de otro constituía un “delito adulterium”. En cuanto a los esclavos de una casa, estos siempre estaban a merced de sus amos, los cuales podían disponer de ellos sexualmente, sin derecho a resistirse.
Hacia finales del Imperio Romano, la relajación del estado en todos los aspectos era ya notoria, afectando también a las relaciones sexuales de la gente, ya que fue adoptado el culto al dios Dionisios de los griegos de Sicilia, que en Roma adoptó el nombre de Baco, por el cual se celebraban escandalosas bacanales, que patricios depravados se desahogaban en sus descomunales banquetes y orgías de todo tipo, llegando a formar parte como un elemento más en la caída de Roma.
Livio describe estas bacanales orgiásticas, sin ningún tipo de freno, incluyendo la ingesta de drogas, escandalosos excesos y desviaciones a la sombra del culto dionisíaco, siendo necesaria la regulación de estas clases de eventos, interponiendo incluso penas capitales, si las reuniones excedían de dos hombres y tres mujeres
Cicerón (107-43 a.C.) tuvo que intervenir sobre el culto dionisíaco justificando su reglamentación gubernamental al estar circunscrito a las leyes romanas, siempre que no fueran de origen extranjero y, sin oposición a la religión romana.
Como nota curiosa, lo que es hoy el barrio de Trastébere, tan turístico popular y conocido por todo el mundo, en aquellos lejanos tiempos, era un barrio de mala nota donde las prostitutas ejercían su negocio sexual entre las tumbas y sus enterradores.
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